La épica siempre ha sido parte de la cultura popular de los Mundiales. Jugadores que se “ganan solos”, equipos que se imponen por el peso de su camiseta o de cómo solo la fuerza de voluntad puede ser el motor que lleve al éxito.
Sin embargo, Rusia 2018 ha servido para derribar muchos mitos que creímos intocables e irrefutables. En un abrir y cerrar de ojos ya la cita no cuenta ni con campeón y subcampeón en Brasil 2014, tampoco están los monarcas de América ni Europa, ni los tres últimos seleccionados que se hicieron con la Copa del Mundo. No hay líneas rectas en un deporte tan dinámico y ningún pergamino pasado asegura éxito en el presente.
También se despidieron los dos mejores exponentes individuales del planeta, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. El colectivo fue el dolor de cabeza de ambos: al argentino le pesó la nula idea transmitida por Jorge Sampaoli, el desastre gerencial de la AFA y la constante expectativa de que él sea el salvador.
Para el portugués fue la falta de acompañamiento. Si bien su equipo tenía más claro a qué jugar, faltaron intérpretes que pudieran hacerle coro a CR7, quien vino de más a menos luego de un explosivo arranque con triplete ante España. Nadie gana solo: no lo hicieron ni Pelé o Diego Maradona y cada día ese mito cae por su propio peso.
Las distancias se han acortado y en este Mundial está triunfando la preparación, la identidad, la ejecución y el conjunto. Caen barreras que parecían infranqueables y que ahora se ven como una realidad. Pase lo que pase, Rusia marca un rumbo distinto en cuanto a Mundiales se refiere.
