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Diego Maradona: el ser humano falible, el futbolista inmortal

Diego Maradona.
Diego Maradona.
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Infinito. Inolvidable. Inmenso. Inigualable. Icónico. Indomable. Inmortal. Con cada toque mágico a la pelota, transformó millones de vidas. También un poco la mía, por lo que hoy le dedico estas líneas. Este miércoles sombrío, el planeta entero agradece a Diego Armando Maradona por haber frotado la lámpara como ningún otro genio del balompié mundial.

Este 25 de noviembre de un 2020 tan particular, el «Barrilete Cósmico» emprendió el viaje de regreso a su planeta, ese por el cual se preguntaba Víctor Hugo Morales en el relato memorable de la “Jugada de todos los tiempos”. Su leyenda no nace hoy. El mito vio la luz desde que tocó por primera vez el balón. Es que nadie lo trató mejor. El juego infinito empieza y termina con Diego. En momentos de desconsuelo como este, la vida se muestra efímera y eterna a la vez, como una inverosímil gambeta del “10”.

 

Maradona, culto inmortal

«Creo en el Espíritu futbolero, en la santa iglesia maradoniana, en el gol a los ingleses, en la zurda mágica, en la eterna gambeta endiablada y en un Diego Eterno”. Así reza una de las plegarias de la fe dogmática inspirada en la archiconocida figura del mítico “10” de la Selección argentina de fútbol, Diego Armando Maradona Franco, considerado el mejor futbolista de todos los tiempos.

Incluso el brasileño Pelé, con quien rivalizó por tanto tiempo por esa distinción de “elegido”, ha querido despedirse de Maradona. «Qué triste noticia. Perdí a un gran amigo y el mundo perdió a una leyenda. Un día espero que podamos jugar juntos en el cielo».

Lo propio hizo su compatriota Lionel Messi, otro que ha llegado a ser encumbrado a la altura de Diego. «Un día muy triste para todos los argentinos y para el fútbol. Nos deja, pero no se va, porque el Diego es eterno. Me quedo con todos los momentos lindos vividos con él», reza la condolencia del crack del FC Barcelona.

Diego Maradona.
Diego Maradona.

Su eclosión marcó un antes y un después en el acontecer de Argentina, un país futbolero donde los haya, en aquella época fustigado por la devastación de la dictadura del General Jorge Videla. El paso de “El Diego”, no dejó indiferente a nadie. Con él no hay medias tintas: o se le defiende a capa y espada o se está contra él sin marcha atrás.

“La historia de Maradona es una historia de amor turbulenta sobre su pasión por el juego”, publicó el tabloide británico “The Times”, en su crítica del libro autobiográfico del futbolista argentino: “Yo soy el Diego de la gente”.

Detrás de cada genialidad con la pelota atada a su zurda imantada, hubo una declaración altisonante que desafiaba a los principales jerarcas del fútbol mundial. Detrás de cada gol antológico, hubo una lucha inagotable contra el acoso de la prensa. Detrás de cada pincelada virtuosa, se escondía una vida personal un tanto turbia por su inminente derrota contra las tentaciones intrínsecas de la fama.

 

Villa Fiorito, la cuna del sueño

“El Diego” nació en el seno de una familia humilde. Su padre trabajaba como obrero en las afueras de Villa Fiorito, una ciudad ubicada en el noroeste del partido de Lomas de Zamora, al sur del Gran Buenos Aires. Su madre era una mujer dedicada al hogar y a la crianza de sus hijos. “El Pelusa”, como le llamaban en casa por su frondosa cabellera, era el quinto hijo y único varón al momento de su nacimiento, el 30 de octubre de 1960.

Villa Fiorito.
Villa Fiorito.

En Fiorito, como en cualquier otra barriada argentina se respiraba fútbol y como todos los niños del país sureño, Diego también practicaba el deporte que, sin distinción de estrato social, corría por el torrente sanguíneo de todos. Por eso, no es de extrañar que el “10” pasara su infancia huyendo de la miseria, mientras perseguía a la pelota, como si con cada pisada o con cada regate se aliviaran un poco las penas de una vida cuesta arriba desde la falta de lujos y comodidades.

“Todo lo que yo quería era correr detrás de la pelota, para jugar. Jugar fútbol me daba una paz única y la misma sensación ha estado conmigo siempre, incluso ahora, dame una pelota y me divertiré”, señalaba Maradona en su relato autobiográfico.

 

Un sueño en clave Albiceleste

Su sueño era el anhelo común de todos los niños de su patria: llevar a la Celeste y Blanca a ganar una Copa del Mundo. No obstante, su talento no encontró parangón; muy pronto se deslindaría de lo ordinario. Con tan solo 9 años, en aquellas interminables jornadas en los potreros (canchas de arena), su talento empezaba a estar a años luz del resto.

Su padre, Don Diego Maradona, en conversaciones con el diario deportivo argentino Olé confesó alguna vez sobre su hijo: “No imaginaba que iba a ser el mejor. Si creía que iba a llegar a primera división, pero igual no estaba seguro. Me preguntaba y me respondía solo: ¿Será un Pelé o qué será? Y pensar que fue mejor que Pelé”.

Su perseverancia lo llevó a irrumpir en la Primera División argentina de fútbol con tan sólo 15 años, tras un paso fulgurante por las categorías inferiores de Argentinos Juniors. La llegada a los entrenamientos del equipo representaba, por las largas distancias que debía recorrer junto con su padre, una odisea diaria, una carga más para aquilatar unas piernas que pronto serían invaluables.

 

Un corazón que no se vende

Pese a que era su estilo de juego preciosista lo que lo convirtió en un verdadero deleite para las pupilas de los amantes del fútbol, fue su irreverencia fuera de la cancha lo que le permitió calar hondo en el corazón de la hinchada argentina.

Diego Maradona en Boca Juniors.
Diego Maradona en Boca Juniors.

Su predilección por no siempre tomar el camino más fácil lo condujo a elegir a Boca Juniors, en detrimento de River Plate, cuando todo el mundo apostaba a que recalaría en el club “Millonario”. El fuerte vínculo extradeportivo que ataba a Maradona con Boca superaba con creces los severos problemas económicos del club de La Ribera por aquel entonces.

«Era muy in­te­re­san­te la ofer­ta de Ri­ver, pe­ro ¿qué pa­sa­ba? En mi ca­sa el co­ra­zón es­ta­ba con Bo­ca. Y… Bo­ca ti­ra­ba, pe­ro… ¡Bo­ca es­ta­ba que­bra­do, no te­nía un che­lín!”, llegó a confesar Maradona en su relato autobiográfico. La conexión se extendió hasta el final de sus días. Y, a buen seguro, será eterna como la sensación de infinita satisfacción que causaba ver cada una de sus gambetas.

 

Guerra contínua sobre el césped

En todos los equipos en los que militó, sin importar lo turbulento de su estadía, Maradona dejó una huella indeleble en las fanaticadas por librar las luchas que pocos se atrevían a librar. Era una suerte de Robin Hood de La Pampa por esa fijación de querer reivindicar dentro del terreno de juego los derechos de los menos favorecidos en un mundo “injustamente desigual”, bajo su concepción.

Lo mismo en el Napoli como en la selección Argentina, Maradona trasladaba las disputas sociales a la cancha… y a los despachos también. En Barcelona, se le recuerda por no brillar como se esperaba, pero también por haber mantenido una áspera relación con el presidente del club, José Luis Núñez.

 

“La Batalla” de Diego vs Inglaterra

El gol que le marcó Maradona a Inglaterra en el Mundial de México 1986, reconocido por la FIFA como “el mejor gol del siglo XX”, y recordado por el propio futbolista como “el mejor gol que hubiera marcado jamás”, le permitió no solo erigirse como el más grande jugador de su generación, sino que, con aquella anotación de museo, eliminó al conjunto inglés, en medio de la paralela lucha anglo-argentina por la disputa de las islas Malvinas.

Diego Maradona contra Inglaterra.
Diego Maradona contra Inglaterra.

En lugar de botas de guerra, el héroe albiceleste usaba tacos de fútbol. Su arma era la pelota y su fin último era reivindicar las bajas argentinas producto de esa “guerra desigual”.

«Les ofrezco mil disculpas a los ingleses, de verdad, pero volvería a hacerlo una y mil veces. Les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan», apuntó el enganche, en medio de una carcajada propia de su personalidad jocosa, en el documental de Emir Kustrica.

Maradona, fiel reflejo de la picardía suramericana, disfrazó de astucia aquel gol que marcó con la mano en el mismo partido contra la Selección de La Rosa. Un león indomable ante “Los Tres Leones”. De allí en más, sería conocido como “La mano de Dios”. Icónico y eterno mote.

 

Diego: Un sueño y mil pesadillas

Después de conseguir la Copa del Mundo del 86, éxito tras éxito se iría sumando a la carrera de la mega estrella argentina. No obstante, toda luz siempre lleva consigo una sombra y la de él fue lidiar con los efectos colaterales de la fama. Sus adicciones, que siempre estuvieron amenazando su vida, lejos de atrofiar su condición de intocable, le acercó más a sus seguidores.

El cantautor cordobés Rodrigo Alejandro Bueno fue el muestrario perfecto de este sentir, al rendir tributo al futbolista argentino con la canción La mano de Dios: “… La fama le presentó a una blanca mujer/ de misterioso sabor/ y prohibido placer/ en su hábito al deseo/ y usarla otra vez/ involucrando su vida/ y es un partido que un día/ el Diego está por ganar…”.

Maradona y el Che Guevara.
Maradona y el Che Guevara.

No obstante, los hay quienes sí sometieron y someten a la figura de Maradona a críticas severas. No sólo por su estilo de vida rebelde e intenso, sino también por esas ganas de siempre ir al frente y poner en su boca las verdades de su corazón.

Maradona, indómito dentro del césped, y mucho más fuera de él, a lo largo de los años hizo de su piel un culto a su ideología de izquierda. Un tatuaje de ‘El Che’ Guevara adornaba su hombro derecho y se le vio más de una vez vincularse con otras figuras políticas contemporáneas de América Latina como Fidel Castro y Hugo Chávez. Esta situación le ganó profundos cuestionamientos. Sin embargo y, al margen de las posturas de cada quien, al final del día Maradona se mantuvo apegado a sus ideales. Tan simple como eso.

 

Una divinidad muy humana

Su perfil de artesano del balón lo elevó a la condición de Dios. El más humano de los Dioses como se suele decir en su natal Argentina. Capaz de lo mejor y de lo no tan bueno, con las luces de un ángel y las sombras de un villano. Modelo para muchos, motivo de deshonra para otros. Incluso, en sus últimos días resultaba difícil verlo, con una imagen y un físico venido a menos.

Pero aquello queda en nimiedades porque “Maradona logró a través del balón lo que ni la política, ni la religión, ni las grandes personalidades sociales pudieron hacer en Argentina: que la sociedad en conjunto pudiese expresar alegría”, como explicaba alguna vez a EFE Hernán Amez, fundador de la iglesia Maradoniana.

Diego Maradona.
Diego Maradona.

Sorprende del fenómeno Maradona su capacidad de enamorar. Logró lo que ni Lionel Messi, ni Cristiano Ronaldo ni cualquier otro ídolo de la generación centennial pudo conseguir. Más allá de las estadísticas, la tecnología o las redes sociales. Maradona es un fenómeno social que, pese a sus resbalones, hizo realmente feliz a su pueblo. El mismo ponía en palabras su grandeza en el homenaje que se le hizo en La Bombonera en el año 2001: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.

Por eso y más, su nombre jamás pasará al olvido. Será eternamente un residente de honor del Olimpo del fútbol. Pero, por sobre todas las cosas, será aquel niño soñador de Villa Fiorito, el hombre de los errores, objeto de las pasiones. El jugador del pueblo. En resumidas cuentas: “El Diego de la gente”.