Doce poderosos clubes de fútbol, algunos más históricos que otros, pero todos ricos, se han unido para formar un nuevo torneo cerrado, organizado por ellos para autogratificarse y garantizarse participación eterna y un reparto más “equitativo” del dinero que pagan los patrocinadores y los derechos de televisión: la Superliga europea.
La primera excusa del comunicado publicado por la recién nacida asociación esgrime: “crear un torneo en el que los mejores clubes y jugadores puedan competir entre ellos de manera más frecuente”, o lo que es lo mismo, excluir a equipos más modestos para que los grandes, los mismos de siempre, se disputen casi exclusivamente entre ellos.
🚨 Los clubes fundadores de la Superliga hacen oficial que el torneo comenzará en agosto 🚨
El Real Madrid emitió un comunicado explicando las reglas de la Superliga, el torneo que es rechazado por la UEFA: pic.twitter.com/V2Pda7AquF
— Idioma Fútbol (@idiomafut) April 18, 2021
Semejante idea solo tendrá por consecuencia una mayor apertura de la brecha entre grandes y pequeños, además de limitar al ostracismo a otras tantas instituciones que han contribuido a hacer del fútbol el deporte más global de todos.
El segundo pretexto habla de la pandemia, como catalizador de “la inestabilidad del actual modelo económico del fútbol europeo”, pero en ningún momento explica o justifica que el modelo se tambalea por la irresponsabilidad de algunos dirigentes al ofrecer lo que no tienen y endeudar a sus clubes con tal de sumar nuevos jugadores.
El proyecto de la Superliga es básicamente una afrenta a la UEFA y en menor medida a la FIFA para recibir más dinero o en todo caso, para controlarlo a discreción de unos pocos y no como alude en su última excusa el comunicado: “Los Clubes Fundadores creen que las soluciones propuestas por los reguladores no resuelven las cuestiones fundamentales, que son tanto la necesidad de ofrecer partidos de más calidad, como obtener recursos financieros adicionales para todo el mundo del fútbol”.
No se trata de defender a FIFA o UEFA, que ya de por si gozan de demasiado poder y estatus quo, si no de creer que la competición puede ser más honesta y más real que un simple concurso de millonarios.
En esencia, y sin ánimos de caer en una retórica de tipo política o ideológica, se está iniciando una lucha entre ricos para ver quién tiene más fuerza y quién se lleva más dinero. Hablar de mejor espectáculo con la repetición semanal de partidos entre unos pocos o agregar un mayor apoyo al “fútbol humilde” es una burla a la inteligencia del aficionado común, ese que gusta de ver a su club grande ganar, pero que también goza de vez en cuando viendo a un David matando a Goliat. Que no lo dude nadie: al final todo es por el dinero, el fútbol es lo de menos.