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Argentina

Maradona, un sinónimo de fútbol

Diego Maradona
Diego Maradona
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Se debería dejar de endiosar a un humano, porque ese es el punto; que un humano logró algo divino, y eso lo hace más sobrenatural todavía. Fue una persona y será recordado como tal. Carne y hueso. Sentimientos y pensamientos. Aciertos y errores. Para juzgar está la justicia y para los creyentes, justamente, por encima está Dios. Por eso mismo no es un Dios, es un Homo sapiens que se dedicó a jugar al fútbol. En consecuencia, sería “La mano de Diego” y no “La mano de Dios”. Y que haya sido ilícitamente con la mano acrecienta más su validez, era tan bueno que hasta hacía goles con las manos y nadie se percataba.

Diego Maradona

Una zurda dosificada de fútbol, esa zurda es fútbol. Tan es así que su tobillo fue una pelota. Siempre se hablará de él, nunca se lo olvidará. Siempre estará presente porque en el pasado fue lo mejor que pasaría en el futuro. Ese grito conocido que comparten miles de desconocidos en un estadio. Comienza con un “Mara” y termina con un balbuceante “do”, “Marado, Marado”; convirtiéndose en algo más musical que la mismísima nota do. Porque ese cántico también es Argentina, es la representación del amor a una camiseta.

Diego Maradona

Una camiseta es insensible, aunque conlleva cierta fe, quizá por eso se le exige lealtad y fidelidad a quien la porte. Es una simple prenda de vestir a la cual en ocasiones se le prende una vela por tanta veneración que genera. Pero que cuando él la transpiró se aferró a su piel, se cosió y empezó a latir junto al corazón. Porque “Marado” es Argentina, y tenía cosida la camiseta argentina como si la hubiera confeccionado María Catalina Echeverría de Vidal; aunque en la cancha la descocía. Sería inapropiado hablar de lo que hacía en esa cancha, Los Cafres dirían bastará solo con verte. Era un teatro, el césped se transformaba en madera freijó, porque el fútbol era arte y hacía historia. Jugaba dentro de un FIFA cuando la PlayStation ni siquiera existía.

Diego Maradona

El pitido inicial, propiciado por el árbitro del encuentro, se convertía en un telón imaginario. Hacía del fútbol una composición musical. Su objetivo era la creación de una obra, y dirigía a la orquesta como Héctor Panizza en el Teatro Colón. De tal manera que cualquier recopilación suya con una sinfonía de fondo quedaría acorde a la circunstancia. Él llevaba la melena libre como hojas en otoño, el pecho inflado y los hombros hacia atrás, como si la velocidad y decisión con la que transportaba la pelota lo provocara; los puños cerrados, aunque algunos dedos sueltos y los muslos tensos. Al igual que en el ballet clásico existe el movimiento ‘fouetté en tournant’, en el fútbol existió el movimiento ‘maradoniano’. Nadie lo hacía como él y tampoco nadie lo hará. Sus desplazamientos por el césped eran bailes, parecían coreografías, danzaba como Olga Ferri, pero era todo improvisado como el freestyle. Los rivales caían rendidos ante sus melodías. Tal vez lo que generaba era un encantamiento, como en la India hipnotizan a las serpientes tocando el pungi. Él tocaba el balón por todo el campo de juego, muchas veces desde atrás de mitad de cancha hasta el arco rival, y así fascinaba a los oponentes. Era trampa. Los tenía seducidos con su fútbol galáctico, en donde la estrella era él mismo. Era ilusionismo, arte escénico, habilidad e ingenio, efectos en apariencia maravillosos e inexplicables de los cuales, hasta el día en que este texto sea leído, se desconoce la causa que los provocaba, pero no así el autor: Diego Armando Maradona.

Como esas noches frígidas de rocío para el invierno

Como esas tardes fervorosas de sol abrasador para el verano

Como aquellos días en los que su zurda fue un sinónimo del fútbol. Y lo seguirá siendo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Diego Maradona